viernes, 7 de diciembre de 2012

Te abrazo en mis sueños


Nunca odié tanto el punzante sonido del despertador como aquella mañana en que me sacó de una realidad tan ansiada como imposible. Soñaba que estaba en casa de mi madre y sonaba el timbre de la puerta. Yo la abría y ante mí aparecía mi hermano, risueño, tal y como lo veo cuando cierro los ojos y veo su cara, e incluso oigo su voz y su risa cristalina. En el momento en que veo a mi hermano en la puerta me abalanzo sobre él y lo abrazo abarcándolo con mis dos brazos que se hacen largos y sinuosos para poder apresarlo con fuerza. Todo su cuerpo se aprieta contra el mío hasta dejarnos sin aliento. Su cuerpo, tan fuerte y tan frágil. Siento mis manos contra su ancha espalda, presionándola con tanta violencia que noto mis músculos agarrotados sobre ella. Mientras lo abrazo siento de nuevo su olor. Ese olor dulce a agua clara y jabón de bebé. Olor a tabaco negro. Olor a tormentas y a amores equivocados. Entra su olor por mis fosas nasales, riega todo mi cuerpo y me hace florecer después de seis primaveras yermas. Me separo de él y, mientras mis lágrimas ruedan sin reposo por mis mejillas, le agarro la cara con mis dos manos. Esa cara áspera, siempre a medio afeitar. Lo miro a los ojos. Unos ojos con sabor a mermelada de melocotón. Sonrientes y llorosos. Ojos grandes que me dicen  “no te preocupes, ya estoy aquí, perdona por haber faltado tanto tiempo”. Me sujeta las manos y me las aparta de su cara. Me las presiona con fuerza entre las suyas, grandes y carnosas. Sus dedos, gruesos y torpes, se entrelazan con los míos en un baile lleno de añoranza. Sus manos calientes esconden las mías, temblorosas y dichosas. Por fin lo tengo entre mis manos. (Cuánto tiempo ha pasado). Lo huelo y lo toco con tanta intensidad que todo parece real. Mi vida se recompone…. En ese momento sonó el miserable despertador y me incorporé de la cama sobresaltada. Mientras notaba cómo entraban en mi boca unas lágrimas vencidas y saladas, sentía que iba perdiendo su olor y su abrazo se escapaba de mí. Entonces volví a vivir que lo perdía para siempre, como aquella mañana en que me dijeron que mi hermano había muerto. Nunca más volvería a tener su abrazo ni su olor. Salvo en mis sueños.

MARÍA CASADO ALONSO

8 comentarios:

  1. ¡Guau! ¡Qué bonito pero qué triste!
    Es cierto que los sueños a veces parecen reales, y cuando te despiertas no puedes creer haber soñado simplemente.
    No sé por qué me viene a la mente La vida es sueño, de Calderón de la Barca.
    Besos.

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    1. Sí, hay sueños que parecen tristemente reales. Un abrazo, Mela

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  2. No hay nada más terrible que despertarte en medio del más hermoso de los sueños. Aún tengo el escalofrío metido en el cuerpo. María, tus relatos llegan hondo... y se quedan un ratito ahí dentro, como esperando lo que ha ocurrido en esta historia, que suene el despertador. Un beso.

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    1. Lamentablemente, siempre suena el maldito despertador, amiga Concha

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  3. Este relato deja un nudo en el estómago pero dicen que lo que no se olvida no se va, y soñar es una forma de no olvidar, a mi me parece un precioso homenaje.

    Te dejo un abrazo.

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    1. Estoy de acuerdo, Oski, lo que no se olvida, no se va. Muchas gracias. Un abrazo

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  4. Sí, uno ya lleva a sus espaldas demasiados intérpretes para estos sueños. El otro día, uno más, pensaba qué triste debe ser vivir solo en el mundo, sin pasado. Sin sueños de estos, duros pero en cierto modo reconfortantes, y sin que nadie te sueñe.
    ¡Besazos, María!

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  5. Yo creo que el soñado ya no siente pena por no ser soñado porque no siente nada. Los que sufrimos somos los que seguimos soñando imposibles.

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