domingo, 10 de febrero de 2013

Hoy


Pude ser un jueves, un lunes o un sábado. Eso no importa, da igual. Lo importante es que ese día no debería existir nunca. ¿Por qué la vida se empeña en ponérmelo en el camino? Ese día quiero hacer un agujero en el suelo y esconderme hasta el día siguiente. Como cuando jugábamos de niños, en la playa, a taparnos con la arena hasta la cabeza... entonces era divertido. Pero esta vez no quiero dejar la cabeza fuera. Échame más tierra encima que todavía puedo ver el mundo, sigue tapándome, no pares, hasta que no pueda ver, hasta que todo esté negro y no exista nada. Sólo el silencio. Hoy es jueves o sábado o qué sé yo, hoy es ese día que no quiero vivir. ¿Sólo me pasa a mí? Todo pesa, un paso, otro paso, y otro más, es tan cansado caminar, para ir ¿a dónde?, a hacer ¿qué? Pesa la pierna izquierda, pero  también pesa la derecha, 
y pesa este jueves (sí, es jueves), 
y pesa el miércoles que dejé que se fuera sin despedirme, 
y pesa que se me está haciendo tarde, 
y pesa que se ha estropeado la lavadora, 
y pesa lo que callo cuando hablo, 
y pesa todo lo que tengo que hacer, 
y pesa todo lo que no haré,
y pesa que no entiendo nada,
y pesan veinticinco gramos,
y pesa que lo que escribo es una mierda,
y pesa tu ausencia, 
y pesa y pesa y pesa... 
y sólo quiero que me dejen sola, escarbando en mi agujero para luego dejarme caer hasta el fondo y tocarlo y arrastarme sobre mis cenizas y no hacer nada más que no hacer nada. No quiero hablar ni escuchar porque no me importa nada. No tengo pena, no tengo miedo, no tengo nada. Mi perro me tira del jersey, quiere jugar, pero hoy no sé jugar. Hoy no soy. Hoy sólo estoy, aunque no sé dónde. Sólo sé que es jueves y que quiero que sea viernes. Que estoy cansada de ser yo. Quizá podría ser “tú” o “ellos”. No, mejor ser “nadie”, eso sería perfecto. Me doy cabezazos contra la pared de la cocina, pero no lo suficientemente fuerte como para abrirme esta cabeza estúpida y que mis hemisferios cerebrales se esparzan por el suelo: junto a la nevera el hemisferio derecho, por aquella esquina el cerebelo, al lado de la puerta el tronco encefálico, pegado a la pata de la silla el hipotálamo... sería lo mejor, lo recogería todo y que me pusieran un cerebro nuevo. “Por favor, póngame uno nada existencialista, y de sensibilidad escasito, ¿eh?, que si no se hace todo muy complicado. Ah, y no se le olvide, de esos sencillitos, que son felices son cualquier cosa...sí hija, porque el que tenía antes se traía unas complicaciones que era un no parar, no ganaba una para crisis. Yo quiero uno de esos a los que todo les resbala, debe ser una gozada algo así, ¿no?, y que no se haga muchas preguntas, las justitas para sobrevivir . Se me olvidaba, muy importante: de empatía, ná de ná, él a lo suyo”. Deberían inventar algo así.  Yo, hoy, cambio cerebro en crisis por uno vacío. Urge.

MARÍA CASADO ALONSO

2 comentarios:

  1. Si no recuerdo mal, hay una letra de Amaral que dice algo así como "... en las cenizas del fracaso está la sabiduría." Saber renacer tiene su dificultad, pero también su grandeza. Me gusta como has esparcido por tu entrada esta angustia y sus consecuencias. Un beso.

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